Mi bien amado niño, te agradezco el regalo que me diste hoy,
mi corazón está latiendo como nunca antes, ni cuando me creí y recreé estar
enamorado en el pasado. Tú amor es el que tenemos que desarrollar los hombres.
Gracias por mostrarme tus vacíos. Por llevarnos a nuestro pasado. Por
enseñarnos las carencias, pero sobre todo el perdón.
Mi bien amado, perdona a tú primo. El que te arrancó el alma
a los seis años. El no era consciente de sí. Como todos, como muchos. Perdónale
el alma. Perdónasela. Prometo trabajar en esa herida. Lo prometo con mi vida,
ésta, la presente. Prometo amarlo a él por vos, bien amado. Solo por vos
podría, solo por vos. Perdona también a
los que vinieron después, nuestra sangre marchita, perdónalos. Perdónalos con
el corazón. Este, el nuestro. Que arde gracias a tu viaje.
Perdona a nuestra madre, ella hizo lo mejor que pudo con el
amor que le dieron cuando ella era una
niña como tú. No la odies. Por favor, no la odies, escúchame. No puedes cometer
los mismos errores que yo. Ella te amo, a su manera. Con sus distancias y
silencios, pero te juro que te amó. Perdónala por no darse cuenta. Perdónala
por no darse cuenta que tu alma ya no estaba. Perdónala también por los abrazos
que no te dio cuando armabas las rabietas. Perdónale los golpes cuando querías
quemar la casa porque te asfixiaba estar tan solo. Cuando tengas quince, no te
quedes niño para que te abrace, ella no lo hará allí tampoco. Ten paciencia con
tu hermana, aunque a ella sí la abrace. No golpees a tu hermana, ni la muerdas,
ni la des arañazos de sangre, no le arranques el cabello, ella no tiene la
culpa por ser niña.
Pasa que mamá, se ve en ella. Y quiere darse lo que nunca le
dieron de pequeña. No la culpes. No la culpes. No te alejes de tú hermana, bien
amado. No te alejes. No la golpees, no seas duro con ella. Ella solo vino a
acompañarte, a formar el tres en la familia, la absolución, ya conocerás sobre el tres y te gustará mucho.
Viviremos en el tres. Creeremos en el tres. El tres lo será todo. Otra cosa, no
le golpees sus senos. No se los golpees, por favor. No la quieras volver como tú, ella es niña y
tú eres niño. No tienes que cambiar esto. No quieras ser niña para que mamá te
abrace, aún así, no lo hará. No la enseñaron a hacerlo. No la culpes. Tampoco a
la Abuela, ella también sufrió mucho, nunca tuvo papás, y la golpearon como si
fuese un perro. No la culpes.
Abuela sufrió. Tú lo sabrás a los veinte, pero no te
importará sino a los veintitrés. Y te dolerá tanto mi niño, te dolerá tanto
saber la verdad. No te alejes nunca de
la verdad. El único miedo real es el alejarnos de ella. Yo he venido hasta aquí
para abrazarte, para romper con todo eso que te duele en el pecho, y tú te
vendrás conmigo a éste, el presente. Aunque está feíto también, pero por lo
menos estaré yo para abrazarte las veinticuatro horas. Abuela nos abrazaba,
recuerda. Ella también nos dio el cielo. Corrigiendo sus errores con nosotros.
Pero no era nuestra mamá. No la juzgues por no ser nuestra mamá. Nosotros somos
sus hijos. Créeme cuando te digo que nosotros terminaremos siendo sus hijos. Y
nos necesita tanto como nosotros a ella. Por eso la que nos crió fue ella.
Ay mi niño, mi niño bien amado… basta de decirte tantas
cosas. Vamos a jugar. Juguemos en Mérida con la cabrita y la nieve. Juguemos en
el carro mientras pasamos el puente y cantamos la gaita a todo pulmón. Juguemos
con los tambores a que tío Mario. Juguemos a lanzarnos en los médanos con tío
rafa y los primos. Llevemos los médanos a la casa del abuelo para que nos
regañe y luego reír. Juguemos en los columpios, los rojos, cuando nos pintaron
la cara de payaso. Juguemos en adícora, cuando nos hacían arepas rellenas de
pollo desmechado con frescolita para comer. Juguemos con abuelo francisco,
nuestro papá, el que nos llevó a los cerros a cazar visures, el que nos enseñó
a no pegarle a las matas con palos porque les duele, el que nos llevaba a
caminar al conuco y sonreía siempre por estar con nosotros, el que nos daba
malta con club social a las cinco de la tarde, el que intentó enseñarnos a manejar
y casi nos fuimos con la luz roja en el calle-sierra, el que nos quitó la araña del cuello aquella
vez y nos dio nuestro primer pollito que se convirtió en gallo, el que rescató a todos los animales que ya no
quería la abuela, el que nos regaló nuestra segunda bicicleta con la que nos
hicimos esa cicatriz en la barbilla a los once. El que nos daba café con leche cuando visitábamos
a sus tías, las viejas, las que olían feo. Pero el café nos gustaba tanto que
le perdonábamos el olor. El que te dejaba reír a carcajadas, lanzar botellas a
las piedras y no al revés, el que dejó a su mujer y se mantuvo con abuela por
nosotros, el que después de que su amor lo dejó, sigue viniendo a nosotros cada
quincena con empanadas y queso de cabra, el que te sacó de la hamaca del primo
a los seis, y a los siete, y a los ocho, el que se dio cuenta que te faltaba
algo en el pecho, y a los quince te dejó ir cuando no quisiste verlo más porque
tenías miedo de que lo notara.
El que no te juzgó por querer ser una niña para que te
abrazaran, aunque a los veintiuno te preguntaba siempre por una novia mientras
nos encogíamos de hombros. ¡Qué ironía! Ahora que estás conmigo, que realmente estás conmigo, quieres a las
niñas. Aunque ellas sean locas y no las comprendas, aunque algunas sean
escépticas y maniáticas con uno, o lanzadas, si otras nos invitan al mar, las
quieres. Porque ellas siempre querrán abrazar. Porque ellas saben lo que es
amar como nosotros lo hacemos. Porque
ellas tienen una luz en sus ojos como el sol. Porque más tarde, ellas dejarán
de ser niñas para convertirse en madres, y luego de madres se volverán abuelas,
y después de abuelas se volverán estrellas, y entonces los hombres las mirarán
en las noches con nostalgia preguntándose los porqués que nunca nadie se
atrevió.
Y no nos perderemos eso. Nunca más. No ahora, cuando
volvemos a sentir los brazos alrededor de nuestra alma. Vente conmigo bien
amado, son la una de la tarde del siete de enero del catorce, vamos a ver al
abuelo, a nuestro papá, antes de que se vuelva planeta.
PD: Gracias Solesky Melchizedeck y Josué Calderón.
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